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Isobelle Carmody
Obernewtyn
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Obernewtyn
Introducción
En los días que siguieron al holocausto, el cual llegó a ser conocido como
el Gran Blanco, había muerte y locura. En parte, esto fue el efecto de la radiación
persistente que llovió sobre el mundo. Los pocos afortunados que vivían en granjas
y tenencias aisladas se salvaron de la destrucción química del Gran Blanco,
aunque habían visto el cielo blanquearse y habían entendido que significaba la
muerte. Estas personas preservaron sus tierras limpias y sus familias de manera
despiadada, sacrificando los cientos de refugiados que llegaban en masa desde
las ciudades envenenadas.
Esta época de asedio fue llamada la Era del Caos, y duró hasta que no llegó
nadie más de las ciudades. Sin saber que las ciudades eran poco más que cementerios
silenciosos sobre interminables llanuras negras donde nada vivía ni crecía, los
granjeros más poderosos formaron un Consejo para proteger su comunidad de más
acoso y para otorgar justicia y ayuda.
Los años pasaron, y más gente llegó a la tierra donde el Consejo reinaba,
pero eran pocas, y pobres criaturas medias locas por su recorrido a través de
la tierra devastada, se dirigían instintivamente a una de las pocas regiones no
contaminadas por la muerte negra que cubría la tierra. Ellos aprendieron rápidamente
a jurar lealtad al Consejo, agradecidos de haberse unido a una sociedad estable.
Y llegó paz a la tierra.
Pero el tiempo mostró que la remota comunidad no había escapado por
completo a los efectos del Gran Blanco. Las mutaciones tanto en hombres como en
bestias eran altas. Sin comprender plenamente la causa de las mutaciones, el
Consejo temió por la comunidad, y ordenó que cualquier hombre o bestia nacido con
defectos debería ser quemado. Para calmar cualquier queja que la gente pudiera tener sobre los
asesinatos, estas quemas tomaron un aire ritual, y fueron utilizadas por el
Consejo para recordar a la gente su fortuna al haber sido salvadas del
holocausto y durante la Era del Caos.
El Conjejo nombraron una nueva orden religiosa para realizar estas quemas.
La orden, llamada la Facción Pastoral, creyó que el holocausto era un castigo
de Dios, a quien llamaban Lud. Poco a poco, el dogma religioso y la ley se
unieron y la costumbre honesta del granjero se entendía como la única manera
correcta de vivir. Máquinas, libros, y todos
los artefactos del Viejo Mundo que habían perecido, eran aborrecidos y destruidos.
Algunos resistían la ley rígida, pero por ahora el Consejo había
establecido una banda fanática de protectores, llamados los Soldados Guardia. Quien
se atreviera a oponerse contra la orden era juzgado como Sedicioso y quemado, o
dado el cargo menor de ser Peligroso, y enviado a trabajar en las Granjas del
Consejo.
Después de algún tiempo, la Facción Pastoral informó al Consejo que no
todas las mutaciones eran evidentes inmediatamente en el momento de nacer. Las aflicciones
que atacaban la mente no se podían
discernir hasta más tarde.
Esto creó algunas dificultades, pues mientras el Consejo vio otra
oportunidad más para manipular a la comunidad, acusando a cualquier persona de
la que desaprobaran de una mutación oculta, se hacía más difícil proceder con
una quema ritual de alguien que había sido aceptado como normal la mayor parte
de su vida. El Consejo finalmente declaró que ninguno, a excepción de los más terriblemente
afectados por esta mutación, sería quemado, sino en su lugar se les mandaría a las
Granjas del Consejo para cosechar un elemento peligrosamente radioactivo
llamado paloblanco. Un nuevo nombre fue asignado para aquellos con una aflicción
no evidente en el nacimiento – un Malnacido.
Fue una época oscura y violenta, aunque la Tierra floreció e incluso
comenzó a extender con cautela sus límites con la disminución de los efectos
del Gran Blanco. Se establecieron nuevos
pueblos, todos gobernados por la mano de hierro del Consejo. Tan grande era el
número de muertos bajo el gobierno del Consejo, que cientos de niños cada año
se quedaban huérfanos. El Consejo respondió mediante la creación de una red de
orfelinatos para albergar a los que no eran reclamados por sus parientes consanguíneos.
La comunidad miraba a estos huérfanos con una sospecha permanente, debido a
que la mayoría eran niños de Malnacidos o de Sediciosos y por tanto, peligrosos…
Capítulo Uno
Salimos rumbo al Valle Silencioso antes del amanecer.
El viaje tardó un día y fuimos dirigidos por un niño alto y delgado llamado Elii, que llevaba una espada pequeña y dos cuchillos de caza en su cinturón. Estos eran los únicos recuerdos visibles de que nuestro viaje envolvía peligro.
Viajando también con nosotros había un joven Pastor. Él representaba el
verdadero peligro que nos esperaba. En el cuello, llevábamos una diadema
metálica gris que marcaba nuestro estatus de huérfanos. Esto nos protegería de ladrones
y gitanos, porque como huérfanos, no poseíamos nada. Normalmente, la presencia
de un Pastor habría sido suficiente para asustar a los ladrones, que temían la
ira de la poderosa Orden.
Pero este era un Pastor muy joven, poco más que un niño con vellos faciales
de oro en sus mejillas. Sus ojos tenían un fervor característico de Pastor,
pero había un tic nervioso en unos de sus párpados. Supuse que este era su
primer deber fuera de los claustros, y parecía tan asustado por nosotros como de
los peligros sobrenaturales que pudiera percibir. Era bien conocido que los
Pastores tenían la capacidad de ver los fantasmas de Antaño revoloteando como lo
habían hecho en los días terribles cuando el cielo era todavía blanco y
radiante. Esta capacidad era un derecho dado por Lud de modo que pudieran prevenir
los peligros que implicaba el seguimiento del mal camino de los Antepasados.
Le miré de reojo, preguntándome si ya podía ver algo. Se entendía que las
visiones llegaban más a menudo en el piso contaminado, donde la tierra hasta
hacía poco había sido intocable. El Valle Silencioso era unos de estos sitios que
colindaba con las Tierras Negras.
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